miércoles, 2 de junio de 2021

REBOZO DE SANTA MARIA

 


REBOZO DE SANTA MARIA


En 1572, en su obra historia de las indias, el fraile dominico Diego Durán ya hace mención del rebozo, prenda mestiza por excelencia, que nació de la necesidad que tenían las mujeres mestizas de cubrirse para entrar a los templos. Inspirándose en las tocas que los frailes impusieron a las mujeres indígenas con tal motivo, así como en los mantos que las españolas, los tejedores aprovecharon el telar prehispánico para tejer rebozos de algodón y más tarde de seda y de lana.

Las indígenas acostumbraban a hilar con uso o malacate las fibras que empleaban para tejer. Del mismo modo, trabajaban la seda y la lana sin abandonar el ixtle ni el algodón blanco ni el de color coyuebe, de origen prehispánico. 

El uso del rebozo se hizo pronto muy popular. Lo hicieron suyo primero mestizas y, poco antes de terminar el siglo XVI, negras, mulatas e indígenas.

En castellano el nombre del rebozo parece sugerir el acto de cubrirse, de arrebujarse o envolverse con alguna ropa, de embozarse, lo que literalmente quiere decir “cubrirse el rostro por la parte inferior, hasta la nariz o los ojos, con la capa u otra prenda de vestir”.

Los indígenas lo llamaban ciua nequeatlapacholoni, que quiere decir “como toca de mujer o cosa semejante” según el Vocabulario de Molina, de 1555. Entre los otomíes, chal o rebozo se dice mini-mahue. Los de Huayapan. Morelos lo llaman cenzontl, palabra náhualt derivada quizá de centzontilmantli o “manta de mil colores”, según el diccionario de Cesar Macazaga.

No se sabe exactamente cuando comenzó a tejerse el rebozo en Santa María del Río, Este pueblo potosino, que se haría célebre por la elaboración de rebozos de seda tan finos que pasan por un anillo, fue fundado por guachichiles y otomíes. Estos últimos fueron reconocidos como espléndidos tejedores. Sahagún comentó: “Los hombres traían mantas y sus maxtles y andaban calzados … las mantas que traían eran buenas y galanas; ni mas ni menos, las mujeres traen muy buena ropa. Y de las mujeres había muchas que sabían hacer muy buenas labores en las mantas y tejían muy curiosamente.

Las mujeres de ciertas culturas aborígenes del Norte de México deben de haber tenido gran habilidad como tejedoras, Torquemada refiere, al hablar de los territorios colonizados a comienzos del siglo XVII cercanos a las posesiones de Juan de Oñate, al parecer en la región de de San Bernabé: las Indias se ocupaban en guisar y en ayudar a coger las sementeras; en criar sus hijos y criar sus gallinas de la tierra, de cuya pluma hacen muy buenas mantas y muy galanas,” Aunque menos diestras que las mujeres otomíes, las indias de cultura seminómada demostraron poseer una habilidad manual, que más tarde desarrollaron en la confederación de prendas más finas.

Antes de finalizar el siglo XVI, cuando la paz chichimeca iba imponiéndose, los indios desnudos de las tribus chichimecas mostraron una especial predilección porque se les obsequiara ricas prendas de vestir, Se sabe que el Capitán Miguel Caldera y otros oficiales del ejercito español repartían a muchos pueblos de indios, de comida y ganado para su sostenimiento, telas y ropas con que comenzaron a vestirse.

Debido a numerosos repartos de bienes, que formaron lo que habría de llamarse la compra de paz, la caja real de Zacatecas erogó gastos entre gastos entre 1590 y 1597.

La conquista en el norte resultaba tan difícil que era natural el interés de los españoles, no solo por mantener a los indios bien comidos y vestidos, sino incluso por cumplir los más sutiles gastos que pudieran halagarlos: de los bienes que se repartían, los más finos obedecían muchas veces a los caprichos de los jefes indios y de sus esposas, Entre ellos de cobre de Castilla y hachas de Vizcaya, se les llego a enviar “Camisas de china llamadas cantonesas”. Los paños y las ropas dados a los indios guachichiles, dice Powell, eran de muchos colores, sin una sombra de negro, pues para los indios del norte el negro era tabú a diferencia de los blancos de la Nueva España, en cuyas ropas había más negro que ningún otro color”, La estricta observancia de este tabú chichimeca (La pintura de color negro sobre el cuerpo indicaba que daban fin al luto de sus muertos) originó un marcado contraste de color, entre los indios recién vestidos, con la sobriedad de los hombres blancos.

Avecindados guachichiles, otomíes y tlaxcaltecas tuvieron que comenzar a cultivar sus tierras y habilitar sus modestas industrias, entre ellas las del tejido. El hecho de que los misioneros religiosos que llegaron a catequizarlos procuraron fomentar toda clase de actividades, favoreció el progreso de sus industrias textiles – entre ellas las del rebozo- que, junto con el incipiente comercio de la región, dio origen con el paso de los años a un mercado inmediato, la agricultura y la fruticultura fueron el sostén más importante del pueblo de Santa María del Río, para la industria del día – no tardaría en convertir a este pueblo en un importante centro de abastecimiento regional, probablemente desde las primeras décadas del siglo XVII a un poco más tarde.

El rebozo en San Luis Potosí.

Ya en el año en 1764, se tiene noticia cierta de que las familias adineradas, de San Luis Potosí, tenían en que con motivo de la dedicación y bendición del templo de Nuestro Señora del Carmen de la misma ciudad, se engalanaron las calles para que pasara la procesión “vistiendo las antepuertos y balcones con preciosas colgaduras, cortinas de rico damasco y apreciables paños de rebozo”.

El uso del rebozo ha sido de lo más variado. Mientras damas de alta alcurnia lo utilizaban dentro de sus casas, las mujeres del pueblo no salían a la calle sin él. Para ellas era abrigo, monedero, cuna, tendedero, pañuelo y mortaja . Era además uno de los “trapos de cristianar” mas solicitados y las religiosas, en su vida claustral, usaban el de color azul y blanco, que según Sustaita, no debía tratarse de otro más que el de “hilo de bolita”. En contraste al ocurrir una riña de vecindad, el rebozo pasaba a ser arma de combate. Por último, la mujer otomí tenía la cándida costumbre de mojar la punta de un rebozo en el agua de la fuente cuando recordaba a su novio.

El rebozo se convirtió en un símbolo de nuestra mexicaneidad. En una de las cartas de don José Ignacio Palomo envió a su primo político Don Manuel romero de Terrenos, hijo de los Condes de Regla, durante el exilio de este último con motivo del Imperio de Maximiliano, le escribió: “ Bendito seas Dios, que en casa no hay damas de honor ni chambelanatos, ni moños ni uñas, ni cuernos, ni colas! ¡Aquí hay rebozos de Santa María del Río, chiles rellenos, moles, tortillas, gallinas con pollos y frijoles….!”.

Una distinguida dama potosina, mandó hacer en Santa María una de las llamadas de barbilla para obsequiarlo a Victoria Eugenia de Battenberg, reina de España (Reina de España (1906 – 1931) con motivo de su matrimonio con el rey Alfonso XIII, En 1931 para celebrar el IV Centenario de la aparición de la Virgen de Guadalupe, muchas damas potosinas asistieron a misa tocadas con sus mejores rebozos.

Hubo rebozos muy finos, algunos de ellos vistosos por sus decorados especiales distintos del de los tradicionales, las mujeres de las mejores casas de San Luis Potosí los mandaban hacer con los motivos que ellas querían según la ocasión, o bien los compraban ya hechos y de la mejor calidad. Estos últimos eran de los tejidos según diseños de los propios artesanos, como el de barbilla, el pinto abierto o el palomo que tenía gran demanda y eran de los que más se hacían. Podemos mencionar varios de estos rebozos, como los de Andrea Bustamante de Verástegui, los de la familia Díaz de León y los de doña Francisca Navarrete, que todavía se conservan. 

Muchos de los que mandaban hacer eran ametalados, es decir tejidos con hilos de seda, algodón y plata. Mencionamos en primer lugar el llamado Rebozo de la Virreina. Está decorado con paisajes bordados con seda flojas a lo largo de los lados tiene una cenefa con técnica de amarrado y las orillas rematan con un cordoncillo de seda bordado a mano que hace juego con los adornos del rapacejo.


MATERIA PRIMA.

Al fundarse Santa María del Río llegaron frailes Franciscanos, quienes, además de instruir a los indios en la religión, favorecieron las artesanías, entre ellas las del rebozo. Fomentaron también el uso de la seda, cuyo cultivo impulsaron los Dominicos en Oaxaca, centro sedero que alcanzó a producir en el siglo XVI una gran cantidad de seda que se distribuía en el país, principalmente en la ciudad de México y en Puebla donde había numerosos telares.

En el Siglo XVII empezó a llegar seda china en el Galeón de Acapulco, que venía de Filipinas, eso y la rivalidad con la seda granadina, acabaron con la fluorescente producción Oaxaqueña.

A pesar de las prohibiciones, en 1751 el Franciscano fray Junípero Serra, al ver las necesidades de los indios, introdujo en la misión de Santiago Jalpan, Querétaro, la producción de Seda que según Soustelle, adquirían los otomíes de Toliman para tejer quexquemitls y rebozos que muy probablemente, junto con mazos de seda, llevaban a vender a otros lugares incluyendo San Luis Potosí.

De los varios intentos que se han hecho por cultivar el gusano de seda en san Luis Potosí, la primera noticia que se tiene corresponde en 1793. en la instrucción reservada que el virrey conde de Revillagigedo dejó a su sucesor, el marqués de Branciforte.

A fines del siglo XVIIse trató de fomentar la industria y con ella el cultivo de la seda. En 1821, con el fin de reforzar este apoyo, se dedreto la prohibición de introducir galones de solo seda. Fue hasta 1824 que se sembraron las primeras plantaciones de moreras en San Luis Potosí; se cultivaron cantidades modestas de seda en valle de San Francisco, hoy villa de reyes, ese mismo año. No obstante en el año de 1880 fue decisivo para la industria de la seda ya que años después el se introdujeron un taller para torcer y teñirla.

A la seda usada para el rebozo se le llamó catiteo. Su particularidad consistía en que la torcían y pasaban dos veces por el torno. La seda que enviaba el Señor Chambón a Santa María llegaba ya teñida, con excepción de cierta cantidad de seda cruda que pedían con el fin de teñirla con la técnica de amarrado.

En 1886 el Conde Hilario de Chardonnet inventó en Francia una seda sintética llamada artisela o seda Chardonnet, una celulosa cuya base es la pulpa de madera. Fue exhibida por primera vez en París, en 1889. esta fibra sintética cuyo costo es más bajo que el de la seda natural y más sencilla de obtener, fue sustituyendo a la seda. Los rebozo tradicionales se hicieron sobre pedido, pero cada vez menos ya que el alto precio de la seda los volvió accesible solo a pocos.


PROCESO DE ELABORACIÓN

La elaboración de los rebozos de seda en Santa María del Río es una actividad familiar a la que solían dedicarse las mujeres. Los lienzos pueden ser de tres medidas, normal de 3.60 m., mediano de 2.80 m y chico de 2.20 m. En primer término se devana el hilo, y se coloca en los cañones la cantidad necesaria de acuerdo a cada rebozo; con esto se procede a la urdimbre, y es en el urdidor donde se le da la medida al lienzo. 

Una vez urdido, el lienzo se traslada a un bastidor donde el hilo se pepena, es decir, se separa del jaspe según el dibujo. Posteriormente, se tuercen los cordones y se les agrega atole de masa para que el hilo se endurezca, a fin de hacer el amarre mas fácil; a este proceso se le denomina boleo. El amarre consiste en cubrir con atados de nuditos las partes del hilo donde no se desea que penetre la tinta, de manera que el jaspe queda de diferente color al del resto del cordón. 

Después del pepenado y el boleado, el hilo se tiñe. El veteo, es decir, el fondo del rebozo, y las puntas, se tiñen al mismo tiempo. Una vez teñido, el hilo se deja secar a fin de proceder al tejido. Los colores cafés en sus diferentes matices son los que se reconocen como característicos de Santa María; hay preferencia por los que están teñidos en tono oscuro o “quemado” con la “barbilla de peña”, que además le imprime un aroma que permanece a través de los años.

También se producían con tintes naturales rebozos negros, azul, rojo, morado y verde, todos con pequeños fragmentos de blanco, que son los espacios que mediante el “amarrado” quedan sin teñir, y al hacer el tejido muestran los dibujos que según su estilo se denominan: de “calabrote”, “rosita”, “rosarito”, “culebrilla calado”, y otros.

Una vez terminada esta parte del proceso, les toca su turno a las empuntadoras que tejen a mano, a base de nudo, el rapacejo o punta; tarea complicada y minuciosa que ha sido colocada por algunas personas en la categoría de los encajes. Las empuntadoras suelen distinguirse por su habilidad manual y creatividad. La elaboración de cada rapacejo les toma cerca de veinte días; la duración del procedimiento depende de las medidas del rebozo.

Los rebozos de algodón tienen también nombres que aluden a los diferentes estilos y géneros en que son tejidos; algunos de los que se utilizan más frecuentemente en la región son: “bombilla”, “brinco”, “cordón”, “chilaquil”, “fraude”, “garrapata”, “lluvia”, “pasamano”, “patada”, “polco”, “rosario”, “tablero” y “veta ciega”.

La variedad y riqueza de los diseños de los tejidos de los rebozos de Santa María del Río producen piezas únicas que son sumamente apreciadas actualmente como un elemento distintivo de la indumentaria femenina mexicana. Recientemente, 12 artesanos reboceros de este municipio fueron distinguidos con un premio nacional.

Complemento de los finos rebozos santamarienses son los estuches en los que suelen guardarse: cajas de madera taraceada, elaboradas con múltiples y variados diseños, por los artesanos locales. La fabricación de objetos de madera taraceada es otra de las tradiciones que distinguen a Santa María del Río como una región de artesanos.



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